‘Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore’ – El mago sin magia
La primera escena de ‘Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore’ está protagonizada por Jude Law y Mads Mikkelsen, y en ella quedan claras dos cosas: Que Albus Dumbledore es gay y que no va a haber ninguna explicación sobre por qué Gellert Grindelwald ya no tiene la cara de Johnny Depp. Y luego, en la siguiente escena, se nos sugiere que el papel de Katherine Waterston va a ser tan anecdótico (como lo acaba siendo). No llevamos ni cinco minutos y la película ya ha desvelado aquello por lo que la recordaremos… Si es que la recordamos.
Me gustaron las dos entregas anteriores, me lo pase bien con ellas. No cabe duda que cuentan con ideas muy buenas; especialmente, a la hora de dotar de alma y vida el mundo mágico ideada por J.K. Rowling. Pero aquello que en las otras dos estaba latente en esta queda expuesto de forma evidente: Una cosa es tener buenas ideas, y otra diferente es saber enlazarlas unas con otras. Dicho de otra manera, hacer que una buena idea parezca también una buena idea, y que además funcione tanto por sí misma como en base a todo lo que la rodea.
De partida tenemos un problema conceptual: Aunque el protagonista es en teoría Newt Scamander en la práctica el argumento está sustentado en la relación de Dumbledore y Grindelwald, y en menor medida, en la de Jacob Kowalski y Queenie. No es fácil manejar una obra en la que tu protagonista actúa como catalizador, o incluso como sujetavelas. Y ‘Los secretos de Dumbledore’ o no sabe o no acierta a manejar esta situación de forma satisfactoria. Baste comprobar la poca transcendencia de un personaje llamado a ser importante como el de Aberforth.
A nivel ornamental, sigue siendo una película «mágica» llena de hallazgos. Una producción de primerísimo orden con la que no han reparado en gastos, que diría John Hammond. El equipo técnico liderado una vez más por el director David Yates es evidente que sabe moverse por el Mundo Mágico como pez en el agua. Pero a nivel argumental, e incluso emocional la película es un caos: Rowling y Steve Kloves tienen las ideas, pero no saben como llegar hasta ellas. Y aún menos exponerlas sin recurrir a verbalizarlas de una manera harto anticlimática.
Se trata, sobre todo, de una mala gestión de los personajes y sus relaciones. Como es costumbre en la franquicia, ‘Los secretos de Dumbledore’ está repleta de personajes. Y que Scamander sea el menos interesante y el que paradójicamente menos tenga que aportar tampoco debiera ser un problema. El problema es que en poco más de dos horas tienen claro qué quieren meter, pero no cómo meterlo. Tampoco como encajar cuestiones netamente adultas dentro de un relato que por narices ha de ser de aventuras y para todos los públicos.
Para que se hagan una idea, parece una película remontada sobre la marcha. Incluso como la película que no quería ser pero las circunstancias la han obligado a ser. Una película con entre otras cosas un clímax terrible que tiende hacia el aburrimiento y la frustración que sobrevive, o malvive gracias a su buena apariencia, sus buenas ideas… y por supuesto la herencia que no obstante, parece estar pidiendo a gritos una renovación creativa. La entrada de sangre nueva que aporte frescura a un mundo que ahora parece ser observado desde una torre de cristal.
Alguien que, en resumen, sepa encauzar, dar forma y poner en valor todas esas buenas ideas que ahora mismo se presentan como una sucesión algo desafortunada de tibia palabrería y momentos aleatorios. Igual, lo dicho, son cosas que pasan… y que el personaje de Ezra Miller haya quedado para lo que ha quedado sea por culpa de esas «cosas que pasan» que nadie quiere que pasen ni nadie es capaz de prever o planificar. Lo que visto con buenos ojos sería algo relativamente positivo al poder ser considerado como un desgraciado «accidente».
Pero claro, considerar el capítulo central de una franquicia multimillonaria como un «accidente» tiene tanto de positivo como de negativo… Vía El Séptimo Arte por Wanchope / Elseptimoarte.net